Reseña en Cantando sobre el atril, blog del profesor de literatura Félix Rebollo, el 13 de febrero de 2014

Ante mí otro libro con una poética ardorosa, de entrega, de entusiasmo, de dicha, con que nos envuelve Izara; hasta su nombre nos conduce hacia al Parnaso, al paraíso poético. Al leer el título, me vino a la memoria la expresión “vivid como hijos de la luz”, que no sé exactamente de dónde la he tomado, quizá oído, pero que se hace realidad en este nuevo libro de una gran poeta que desconocía hasta que caí de bruces al leer Avenidas del tiempo.

“Amad hasta la muerte” es el verso final. El que ama de verdad, el que llega a ser amigo/a del alma, compañero/a del alma debe esperar también en el más allá si existe; a eso debemos aspirar; recordemos el verso lopiano: “y pasaremos juntos el Leteo“, o el quevediano “Amor constante más allá de la muerte” (Nadar sabe mi llama el agua fría (…). Polvo serán, mas polvo enamorado). Es la entrega total, sin fronteras, ni espacios, ni edades; no se desintegra. Si no se llega ahí, no hubo verdadero amor, fue alicorto, de vuelo rasante. Aquí la naturaleza es exigua, y si vemos lo presente solo  es dadivosa para una minoría.

En una tarde de un dia lluvioso, leo, miro a la lejanía,  me detengo ante el verso de Izara, ensimismado, absorto.  Esta vez comencé por el final; me ha enzarzado; el último poema comienza con “Fabrícame con tus ojos la existencia”. Ya no hace falta continuar, quedo ebrio, embelesado. Hay una tradición en la poesía cómo los ojos, la mirada, constituyen una atracción superior; en concreto, a mí es lo que me encadila, lo que me hace ser; es la hondura, la entrega sin fin, el amanecer en tus ojos, el arrullo constante, una celebración en suma.

Otra idea que me estremece del libro es lo maternal-qué más da que sea experiencia personal o no-; poco importa.  En el poema “Canción de cuna” el yo poético ha libado de tal forma que nos sumerje en una realidad; lo primordial es que nos trasmite, nos asombra con los versos: “Ya no tenía frío. / Pero seguí meciendo la cuna, / seguí cantando, para que pudiéramos dormir, / para que pudiéramos respirar. Cantaba y mecía la cuna. (…). No estés triste, mi vida, ni por un instante /. Son dias hermosos. Días felices, / para nuestro precioso, precioso niño / que ya no llora“. Todo un hito maternal, ¡que asombra!

¿Por qué el dolor amoroso arruina, nos empequeñece? Simplemente porque ansiamos que el otro/a nos quiera de la misma forma. ¿Debemos exigirlo? He ahí el dilema. Es el dolor el que nos inunda de egoísmo porque queremos todo, no una parte. ¿No es alagüeño que nos digan “Te quiero hasta donde ya no quedan nombres / ni palabras”? La imperfección en el amor no cabe. El sentimiento no calla, es luz, es uno (“Mañana veré tus ojos. / Tu rostro estará arrugado; pero tus ojos, / como el reflejo de los días en que viví / la belleza de las cosas, / seguirán siendo / del color del mar“.

El recuerdo soñador con destellos de vida intensa-¿qué más se pude decir?- lo desliza nítidamente en (“Iré al sur, / cuando no estés, / para ver el amor como lo dejamos. / Para que tengan tu aliento las calles, / y las almenas llanto“.

También subyace la traición, el engaño (“a ese falso gritar amor / y, con avidez, calentar la nada, / a esa caricia engañosa / que se hace migas“. Y cállate se hace acción, no me lo digas más, en (“no me vendas el necesito la piel con piel´”), que refulge en el verso (“al ´ya´ / sin profundidad y sin alma”). Es, claramente, aléjate. Así no te quiero.

El recuerdo del poeta de Orihuela se hace ver como solidaridad, como justicia.  La pregunta es necesaria en el verso (“Y tú, Miguel, que soñabas otro universo, / ¿a dónde fuiste?), en la que aflora el verso manriqueño. Pero, antes, Izara ha recordado al poeta (“Te derramaste como un mar de luz / sobre la noche de los que sufrían, / les pusiste en pie”). Por si no quedaba nítida la querencia, lanza al aire: “Te seguimos, Miguel”.

La preocupación por los que callan, por los que van en tropel, por los dormidos por el sistema, por los pasivos, por los que miran solo,  por aquello de “si lo que piensas no está en Facebook, / deberías esconderte. Todo el mundo sabe que un cerebro dormido / es querido por todos y, del sistema, el mejor amigo”. Son destellos de la sociedad de consumo.

Si tienes la oportunidad de leer estos treinta y nueve poemas de que consta el libro, en ellos hallarás esa ráfaga de conocimiento, de simiente, de destello continuo, de albor, en este caminar en el que hemos sido llamados para recorrerlo.

 

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